miércoles, 17 de marzo de 2010

El Hijo actúa en unión con el Padre 17/03. Juan 5, 17-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo. Por eso los judíos trataban con mayor empeño de matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios. Jesús, pues, tomando la palabra, les decía: En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él hace. Y le mostrará obras aún mayores que estas, para que os asombréis. Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado. En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre. No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio. Y no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.


Reflexión


Al igual que todo cristiano, estamos acostumbrados a ver un Cristo que obra milagros, que emprende viajes, que envía a sus apóstoles. Un Jesús activo que arrastra las multitudes. Sin embargo, es posible que olvidemos la forma en que Cristo mostró su mensaje a los hombres: la predicación, la palabra. Que luego Él mismo confirmaba con sus obras.

El mundo de hoy, parece dar preeminencia a todo cuanto se hace, se vive, frente a lo que se piensa, se dice y se escribe, quizá arrastrados por la vorágine informativa. Parece que las palabras, dichas o escritas, tienen menos peso que antes. En el evangelio de hoy Jesús no hace si no hablarnos. Nos muestra uno de sus más hermosos pensamientos: el obrar siempre en dependencia de lo que su Padre quiera. Manifiesta, además, esa espléndida relación que sólo Él puede tener con Dios, como su Hijo único y a la que nos ha llamado por el don de su gracia misericordiosa: "el que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna."

¡Cuántos hombres grandes ha tenido la humanidad! Pensadores, literatos, científicos, conquistadores, políticos, aventureros... Pero todos hombres. Magníficos, pero siempre simples hombres. Sólo Cristo se proclamó Dios. Y lo es de hecho, probado por sus milagros, las profecías que hablaban de Él y la Iglesia que fundó. Este evangelio es la piedra divisoria de las opiniones sobre Cristo. Acá, los que creen en su divinidad, allá los que la niegan. Desafortunadamente a muchos judíos de aquél tiempo no les era posible hacerse una idea de un Dios hecho carne. Y por ello condenaron a Cristo a muerte. Si acaso hubiesen dado cierta credibilidad a sus palabras y milagros, otra hubiese sido la historia.

Ante el gran pluralismo de religiones y sectas que plagan nuestro mundo, que tiende a igualar las todas las religiones y credos, es fácil que podamos dejarnos llevar por falsos ecumenismos y confundamos la distinción inmensa que separa al catolicismo de todos y cada uno de los demás credos: Cristo. Pues Cristo es nada más y nada menos que el Dios que buscan a tientas las otras confesiones (a veces no muy acertadamente).

Para los católicos, Jesucristo concentra todas las aspiraciones del hombre: felicidad, amistad, esperanza, fe, amor, misericordia... Cristo es Dios y hombre. Tan hombre como tú y como yo. Es Dios-amigo. Es el Dios generoso que sabiendo que el hombre por sus propios méritos no llegaría nunca a Él, bajó para encontrarse con nosotros y mostrarnos su voluntad a través de la Iglesia y sus enseñanzas. Así la Iglesia proclama: "Sólo Cristo salva", porque sabe bien que Dios quiere que todos los hombres se salven... Pero no basta saber todo cuanto la Iglesia nos dice acerca del Maestro, su divina persona y su doctrina. Es necesario acercarse libremente y tratar con Él. Como con un amigo, a través de la oración personal, sencilla, humilde, y la cercanía fervorosa a los sacramentos. Sobre todo en este tiempo de gracia que es la Semana Santa y la Pascua
Autor: P Juan Pablo Menéndez

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