miércoles, 2 de junio de 2010

Acerca de la resurrección 2/06. Marcos 12, 18-27.

En aquel tiempo se acercaron a Jesús unos saduceos, de los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno y deja mujer y no deja hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos: el primero tomó mujer, pero murió sin dejar descendencia; también el segundo la tomó y murió sin dejar descendencia; y el tercero lo mismo. Ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos, murió también la mujer. En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer. Jesús les contestó: ¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos. Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis en un gran error.


Reflexión:


Es normal en el hombre preguntar cuando se tienen dudas, y más aún cuando se es niño. En este estado de la vida se interroga sobre todo lo que le rodea. En el colegio los chicos se dan cuenta que los profesores no siempre lo saben todo y buscan ponerles a prueba para poder reírse de ellos. Más o menos es la postura que encontramos entre los saduceos que se acercan a Jesús con una pregunta un poco rebuscada para comprobar si está preparado. Sin embargo, al igual que el hombre está abierto a la pregunta, debe estarlo también a la verdad y a la rectificación. En este caso los saduceos no están en esta situación.

En ocasiones queremos también nosotros probar a Dios y ponerle nuestras preguntas complicadas. Pero Él siempre está abierto a una respuesta simple, que podamos entender como hace la madre ante la pregunta del niño. Nuestra actitud debe ser la del niño que acepta la respuesta de la mamá.

Jesucristo nos pide que confiemos abiertamente en Él ya que lo que a nosotros nos parece imposible para Él es posible porque lo que busca es que seamos felices: en el caso de los judíos su felicidad consistía en tener descendencia que hiciera honor a la familia, ente otros aspectos. En nuestro caso, Dios está dispuesto a darnos lo que le pedimos siempre y cuando sea en beneficio para nuestra santificación. Dirijámonos a Cristo con aquellas peticiones que Él crea que son más convenientes para nuestra salvación eterna
Juan María Piñero

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