domingo, 27 de marzo de 2011

La niña que quería saber de dónde venía el viento

Una niña que vivía en Valladolid se preguntaba constantemente de dónde venía el viento. La niña se había fijado en que la gente decía: “Viene un viento del sur, o del norte, o del desierto...”. Y sí, la niña pensaba que todo eso estaba muy bien, vale; pero antes de venir de allí, ¿de dónde venía? Y nadie sabía contestarle. Un día la niña oyó a su padre decir “se levantó un viento increíble.” y se quedó muy extrañada. Parecía querer decir que el viento estaba en el suelo y se había levantado. Pero si hubiera estado en el suelo lo habríamos notado en los pies, razonaba la niña. La única posibilidad que se le ocurría era que el viento estuviera durmiendo, acostado, y después se despertara y se levantara. Pero eso sí que era increíble porque el viento no duerme. Eso lo sabe cualquiera sin necesidad de ser muy listo. Siempre estaba dándole vueltas a lo del viento. Le preguntaba a todo el mundo: a sus padres, a sus profesores y a sus amigos, pero nadie le daba una respuesta satisfactoria. Si salía al jardín y el viento le daba en la cara, pensaba: “este viento viene del jardín del vecino”. Así que iba a casa del vecino a ver. Pero al llegar allí, descubría que el viento venía del otro lado de la calle. Y si cruzaba la calle resultaba que el viento venía de otro sitio. Era todo muy raro. ¿De dónde vendría el viento? Una primavera llegó una cigüeña e instaló su nido en el tejado de la casa de la niña. La niña pronto se hizo su amiga. Un día le preguntó: - Cigüeña, ¿tú sabes de donde viene el viento? - El viento viene de África, querida niña -contestó la cigüeña-. Eso lo sabe hasta una cigüeña pequeña. Verás. En las faldas del Kilimanjaro vive un elefante gigante. Cuando sacude las orejas provoca un viento enorme y ese viento recorre todo el mundo. Después la gente le pone distintos nombres. En unos sitios lo llaman alisio, en otros austral... Cada uno le pone el nombre que quiere. Por ejemplo los marineros lo llaman viento de proa o de popa, pero el viento es el mismo que va dando vueltas por ahí. Es el viento del elefante. Viene de África... casi todo viene de África. - ¡Vaya! -dijo la niña-, me encantaría conocer a ese elefante. - Si quieres puedo llevarte allí cuando vuelva el próximo otoño -se ofreció la cigüeña. - Oh, gracias. Acepto con mucho gusto. Desde aquel día, la niña esperó ansiosamente a que pasaran la primavera y el verano. La cigüeña, entretanto, había tenido un polluelo que fue creciendo día a día y se convirtió en un hermoso cigüeño joven que pronto aprendió a volar. Por fin un día la cigüeña le dijo a la niña: - Niña, mañana nos vamos. Prepara tus cosas pero por favor, no traigas mucho peso o no podré llevarte conmigo. Esa noche la niña hizo una mochilita muy ligera, sólo con el cepillo de dientes, un peine y una guía de conversación práctica de swahili. Al día siguiente se montó en la cigüeña y emprendieron el vuelo rumbo a África. Tardaron bastante tiempo en llegar, pero para la niña fue un viaje muy entretenido. Descubrió por ejemplo, que visto desde arriba Valladolid no era rosa, ni Madrid amarillo como aparecían en los mapas del colegio, sino que eran de otros muchos colores: verdes, marrones, grises, azules... Además no se distinguía bien donde acababan unas provincias y donde empezaban otras, lo cual a la niña le pareció un lío enorme. Pero en conjunto lo pasó bien y aprendió mucha geografía. Una vez en África, la cigüeña llevó a la niña al Kilimanjaro para presentarle al elefante gigante. El elefante era realmente enorme. Parecía una montaña, y las orejas eran como ciudades. La niña se sorprendió de que el elefante hablara un perfecto español, lo que fue una suerte pues casi no había tenido tiempo de ojear la guía y apenas sabía decir una mala palabra en swahili. - Buenas tardes, señor elefante gigante -dijo la cigüeña. - Buenas tardes señora cigüeña, veo que ya ha vuelto de sus vacaciones en España, ¿que tal está su nuevo cigüeñito? - Estupendamente, gracias. Anda por ahí con sus amigotes, ya sabe cómo son los jóvenes... En fin, el caso es que quisiera presentarle a una niña de Valladolid que tiene mucho interés en conocerlo. - Oh, encantado, con lo que me entretienen las visitas. Déjeme verla. La cigüeña empujó a la niña suavemente con el ala y dijo: - Aquí la tiene. -Y dirigiéndose a la niña dijo: -, niña, te presento al elefante gigante. - Hola, señor elefante, tenía muchas ganas de conocerlo. - Hola niña, -dijo el elefante-, ¿cómo te llamas? - La verdad es que no lo sé, -contestó la niña-, supongo que el autor de este cuento se ha olvidado de ponerme nombre, porque solo me llama niña. - Pues qué desconsiderado, -dijo el elefante-. Esta clase de cosas me ponen realmente furioso. Y cuando me pongo furioso, tengo que estornudar. Entonces empezó a hipar, arrugó la trompa e intentó sacar un pañuelo del bolsillo, pero no le dio tiempo. La niña y la cigüeña se parapetaron detrás de unas rocas y el elefante soltó un estornudo monstruoso que arrasó varias hectáreas a la redonda. Y al hacerlo, como ya habréis imaginado, el elefante sacudió las orejas con muchísima fuerza. Aquello provocó un terrible ciclón que corrió por toda África hasta Marruecos, cruzó el Estrecho de Gibraltar y llegó a España hasta la casa del escritor, que vivía en Burgos. Y aquel viento, aun furioso, entró por la ventana, revolvió los folios que había sobre la mesa, arrastró uno y se lo llevó en volandas. Aquel folio era parte de un cuento que se titulaba “La niña que quería saber de dónde venía el viento” y se perdió para siempre. Por eso este cuento no tiene final. Publicado por Víctor González

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