jueves, 12 de septiembre de 2013

El ciclismo que no se ve



De las etapas de una gran vuelta vemos por la tele, como mucho, los últimos 70 kilómetros, y sólo de lo que pasa por delante. Las carreras pequeñas, salvo las grandes clásicas, ni existen y a veces encierran tanta dureza o más que las pruebas de tres semanas. El espectador ocasional no conoce las muchas y buenas historias de superación que hay en el ciclismo en la sombra, esas de las que nunca hablan De Andrés y Perico, que jamás aparecen en los periódicos ni en las webs, y que en realidad son las que nos hacen amar a este deporte.

El día de descanso hablé con varios amigos profesionales, y uno de los temas de conversación fue el frío en la etapa de Andorra en la Vuelta a España. Todos decían que ha sido una de las veces que más miseria han pasado en una bici. Aseguraban que en el Giro, o en carreras de febrero, marzo y abril han pasado por días infernales de lluvia, frío y nieve. Sabían entonces que estaban en invierno y primavera, y que eso podía pasar. Estaban mentalizados. Lo del sábado fue diferente. Pasaron en menos de un día de rodar a 30 grados, con sol y calor, a navegar entre la lluvia y la niebla a 4 grados por los puertos del Pirineo. Jorge Azanza, cuya imagen ilustra el post, contaba que es un frío que te mata. Entra rápido en el cuerpo, y lo bloquea en muy poco tiempo, apenas unos minutos. Estás mojado, sientes frío, y más frío hasta que empiezas  a tiritar, la musculatura no responde, pierdes coordinación, te vas quedando rígido en la bici, a las manos les cuesta dominar la máquina, te bloqueas. Cuenta Jorge que ese bloqueo es físico (no hay fuerza, no hay reacción porque eres un temblor viviente) y también mental. Es la segunda grande del año, no tienes la misma frescura, se pone a prueba tu a sufrimiento. Si sufres, lo superas. Si no eres capaz, te bajas.

Contaba Egoi Martínez, viejo rockero, que en días así es como si hablara con su cuerpo. Ellos se conocen, saben cuáles son sus límites. Para ellos la última frontera, su dead line, es el abandono. Y en días así, a Egoi le gusta recordarle a su cuerpo cuántas de esas han vivido ya juntos. Aquel día del Giro que no paró de nevar, la San Remo con agua de salida a meta, tantos entrenamientos por la Sakana... Y recordando cómo superó tantos días malos, al final le dan vuelta a la situación y combaten  el frío. Hay que tener una cabeza y una fuerza de voluntad a prueba de bombas atómicas para tomárselo así.

Y los días infernales esconden episodios que quedan en la cara B de las carreras, pero con el paso del tiempo tendrán -quizá- un valor definitivo. Cuando Valverde se quedó cortado en Andorra con una tiritona bestial, hubo un hombre que estuvo a su lado en el descenso, y gracias a su clase y profesionalidad le mantuvo vivo, a una diferencia que el Bala pudo salvar en la subida final. Lo que nadie sabe es que ese hombre, Imanol Erviti, se fue después del Tour de Francia a preparar la Vuelta a España en Andorra, y que conocía esos puertos, aquellas bajadas, los llanos donde recuperar tiempo, como el salón de su casa. Podía haberse quedado en Pamplona descansando y regenerando, pero no. Dio un paso más, invirtió tiempo, dinero y una buena dosis de sacrificio. Seguramente Erviti tenía el día de Andorra tanto frío o más que Valverde, pero sabía cuál era su misión, qué debía hacer y cuánto había en juego. De que él estuviera a la altura de las circunstancias podían depender muchas cosas grandes, y lo estuvo. Si Valverde gana la Vuelta, o aunque haga podio, éste pequeño episodio, como otros muchos, no pasará a la historia del ciclismo, pero sus protagonistas y los buenos aficionados saben que las grandes victorias se cimentan en pequeñas intrahistorias de sacrificio, generosidad y superación. Esas que nunca se ven, pero que hacen grande y hermoso a este deporte.

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